jueves, 3 de julio de 2008

Hacé la cola, maestro...


Cuando los desórdenes son tan evidentes y se repiten, uno siempre tiene la inocente idea de que esas cosas en algún momento van a mejorar y que los errores cometidos una vez se transformarán en solución para una próxima oportunidad. Bueno, si ese es tu concepto de la vida, estás frito... y mucho más aún si vivís en Argentina... y creo que peor todavía si vivís en Córdoba.
Hacé la cola I: Cuando vas el sábado a la noche a cualquier supermercado de la ciudad, se atesta de gente hasta dentro de las góndolas, aparte las viejas aprovechan para salir a pasear, los padres los llevan a los hijos como si fueran al parque de diversiones... Es un super! Quiero ir y comprar yogur para el desayuno, la carne para el asado y alguna que otra huevada mas para que mi panza sea feliz y no haga ruidos! Pero no. Dos horas para meter las cosas al chango y cuando lográs esquivar a la vieja que se agacha para leer el precio de los pollos, llegás a una de las 3 ó 4 cajas habilitadas cuando en realidad hay 10. Y ahí empieza la tragedia; tenés no menos de 4 personas adelante tuyo: el que está primero se compró una tonelada de mercadería y el pendejo de la caja no sabe cómo hacer ya para terminar de pasarle todas las cosas. Cuando se acaba, el viejo forro saca de su billetera de cuero con bordes de oro, una tarjeta internacional y pone cara de Tío Rico.
Pasa el que sigue, un treintañero que lleva chips y cocas nomás... Paga con tickets canasta, pero el pibe de la caja no consigue poder devolverle el vuelto, entonces el sujeto va a la góndola y trae unas galletas merengadas, pero otra vez las cuentas no dan! Saca unos chelines y consigue cerrar la transacción...
Ya estamos mas cerca, mientras tanto una octogenaria te chamuya desde atrás diciendo que tiene frío y que no ve las horas de llegar a la casa para tomarse un té, mientras acota comentarios sobre los vecinos del barrio. El tercer tipo que avanza en la fila es una pareja con un bebé en brazos, que llora y patalea porque ya se quiere ir, algo que ya tenemos ganas de hacer todos. Se compraron pañales como para entrar gratis a la cancha de Talleres durante dos años los vagos... y pagan con efectivo aunque no lo creas.
Ta tan ta tan... Llegamos a la caja: una cara de kiwi y los ojitos cerrados... van pasando las cosas, hasta que cuando dice el total, el chavon este la clava en el ángulo: "son 63, 35"... Ah? No puede ser, a cuánto me cobraste las afeitadoras? "Sale... a ver pará...ya te digo... 18 pesos" Ah, si? Y por qué en la góndola dice 12,60? "Hmmm, no se che... Paola! Vení que tengo un problema" Y por allá anda la encargada que se hace la que está trabajando mientras se está chamuyando al guardia. Viene la mina, toca un par de pelotudeces en la máquina, lo mira con cara de orto al pendejo cajero, pone una llavecita por ahí abajo y ti ti ti, sale otro ticket, te da otro a vos, te devuelve la guita con unos cuantos centavos que se comen ellos siempre y te dan unas bolsas que se rompen apenas le ponés una banana adentro... Con esa algarabía salís del supermercado y te encontrás con que afuera el mundo es más banal, es mucho mas simple. Y entonces empezás a pensar que lo mejor es quedarte en tu casa para no volver a ir al super a hacer otra cola, para evitar tener que esquivar changuitos, demoras, cajeros ineficientes, encargadas mentirosas y tickets mal emitidos. El lunes te das cuenta que si no comés, te cagás de hambre y que si te cagás de hambre, te desesperás y que esa desesperación te termina llevando al supermercado... Pero tranquilo... porque hoy comprando 11 vinos, pagas 10!